lunes, 22 de mayo de 2017

La muerte de un cruzado por culpa de un enano


Enrique II de Champaña (29 de julio de 1166 - 10 de septiembre de 1197; en francés: Henri II de Champagne) conde de Champaña desde 1181 hasta 1197 y rey de Jerusalén desde 1192 hasta 1197. Sucedió a su padre Enrique I en los condados de Champaña y Brie en 1181.

Enrique era el hijo mayor de Enrique I de Champaña y María de Francia, hija del rey Luis VII de Francia y Leonor de Aquitania. En 1171, Enrique fue comprometido con Isabel de Henao. Enrique era sobrino de Adela de Champaña, quien fue reina de Francia. En 1179, ambos padres juraron que iban a proceder con el matrimonio, pero el padre de Isabel accedió a que se casara con Felipe II de Francia. La boda no fue del agrado la reina madre, ya que había significado el rechazo de su sobrino y la disminución de la influencia de sus parientes. El padre de Enrique murió en 1181, y su madre gobernó como regente hasta 1187.

Cruzada

En 1190 Enrique partió para Oriente, después de haber hecho jurar sus barones reconocer a su hermano menor Teobaldo como su sucesor en caso de no regresar. Se unió a la Tercera Cruzada, llegando por delante de sus parientes, el rey Felipe II de Francia y el rey Ricardo I de Inglaterra. Al principio, fue uno de los líderes del contingente francés en el asedio de Acre antes de la llegada de Felipe. Se dice que fue un miembro del grupo involucrado en el secuestro de la reina Isabel de Jerusalén, para persuadirla a que se divorciara de Hunfredo IV de Torón para que pudiera casarse con Conrado de Montferrato. Enrique estaba relacionado con Conrado a través de sus dos abuelos maternos. Según Baha ad-Din ibn Shaddad, fue herido en Acre el 15 de noviembre de 1190.


Posteriormente en campaña, Enrique cambió su lealtad a Ricardo. En abril de 1192, el rey inglés envió a Enrique como su representante de Acre a Tiro, para informar a Conrado de Monferrato de su elección como rey de Jerusalén. Enrique regresó a Acre. Pocos días después, Conrado fue asesinado por dos nizaríes. Enrique volvió a Tiro dos días después, aparentemente para ayudar a organizar la coronación de Conrado, pero descubrió que en su lugar se estaba preparando un funeral. Enrique inmediatamente se comprometió con la recién viuda y embarazada, reina Isabel. Se casaron apenas ocho días después de la muerte de Conrado.

El matrimonio fue considerado como romántico por algunos cronistas: a Isabel le impresiono tanto el físico atractivo de Enrique (que era 20 años más joven que Conrado) que fue ella quien le propuso matrimonio. Una vez que se supo que estaba embarazada de Conrado (María de Montferrato), el matrimonio fue considerado escandaloso por algunos, pero era políticamente vital que se casara nuevamente para poder defender su reino. Sin embargo, esperaron el consejo de la Haute Cour. La pareja llegó a tener dos hijas, Alicia y Felipa.



Enrique pidió permiso a Ricardo, quien se lo dio rápidamente. Sin embargo, dado que Ricardo era sospechoso del asesinato de Conrado, este hecho planteo varias preguntas acerca de este episodio. De hecho, Enrique, que era conocido por los árabes como «al-kond Herri», buscó una alianza con los nizaríes, y fue invitado a visitar su fortaleza, al-Kahf. Para demostrar su autoridad, el gran maestre de la orden hizo señas a dos adeptos, quienes inmediatamente se arrojaron de las murallas para morir. Los nazaríes ofrecieron entonces cometer un asesinato para Enrique, como un homenaje a su invitado. Enrique primero dudó, pero luego concluyo el acuerdo, y se marchó. Patrick A. Williams ha sugerido al propio Enrique como sospechoso en el asesinato de Conrado, aunque hubiera sido una empresa arriesgada y sin el apoyo de Ricardo.

Enrique murió al caer de una ventana del primer piso en su palacio en Acre. Existen relatos variados en diferentes manuscritos de La Crónica de Ernoul, de Guillermo de Tiro. La mayoría sugiere que una ventana o balcón barandilla se soltó mientras estaba apoyado. Un sirviente, posiblemente, un enano llamado Scarlet, también cayó, después de tratar de salvarlo reteniéndolo por la manga, pero su peso no fue suficiente para sacar al rey. Otra versión sugiere que Enrique vio un desfile en la ventana cuando un grupo de enviados de Pisa entraron en la habitación. En cuanto los recibió, dio un paso hacia atrás y perdió el equilibrio. Cualesquiera que sean las circunstancias exactas, Enrique murió en el acto, el siervo, que sufrió una fractura de fémur, dio la alarma, pero después murió a causa de su lesión. Algunas versiones indican que Enrique podría haber sobrevivido si su criado no hubiera caído en su encima.

Fuente

domingo, 21 de mayo de 2017

El Asesinato Del Arzobispo De Canterbury

El trágico suceso del asesinato del Tomás Becket, motivado por el enfrentamiento entre el arzobispo y Enrique II de Inglaterra, tenía como telón de fondo la reforma eclesiástica que impulsó el papa Gregorio VII unas décadas antes y que provocaron un choque entre las ambiciones eclesiásticas y monacales.

(Tomás Becket en una vidriera de la Catedral de Canterbury)

Tomás Becket nació en Londres, en el año 1170, en el seno de una familia burguesa de procedencia Normanda.
Su padre, empleado oficial, puso su educación en manos de Richer de L'aigle, uno de sus amigos más ricos, que le enseñó buenas maneras y las artes de la caza y los combates en justas y torneos. A los diez años realizó sus primeros estudios de leyes civiles y canónicas en la abadía de los monjes de Merton, en Surrey.

Contaba 24 años cuando consiguió un puesto como ayudante de Teobaldo, Arzobispo de Canterbury quien a la vista de las cualidades excepcionales que su alumno tenía para el trabajo, le fue confiando poco a poco oficios más difíciles e importantes de diácono y lo encargó de la administración de los bienes del arzobispado.
Varias veces viajó a Roma a tratar asuntos importantes, consiguiendo que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y éste en acción de gracias por tan gran favor, lo nombró Canciller. Era el año 1154 y entonces Tomás Becket 36 años.

(Enrique II de Plantagenet en una miniatura de Mateo París en "Historia Anglorum"
Enrique de II Plantagenet, que acababa de ser coronado rey de Inglaterra, como Enrique II, tenía 21 años y un brillante porvenir ante sí. Casado con la duquesa Leonor de Aquitania, que le había reportado extensas procesiones en Francia, se había ganado el favor de toda la corte inglesa por su carácter osado y enérgico.

En Navidad de ese mismo año, el nuevo rey celebró una corte en Bermondsey. Fue allí donde se encontró por primera vez con el diácono Tomás Becket junto a Teobaldo, quien se apresuró a recomendarle al soberano que lo tomara como canciller, dada su eficacia como gestor. Enrique II aceptó de buen grado la propuesta.

Durante los siguientes diez años, Enrique II otorgó toda la confianza a su canciller, que se convirtió en el gran muñidor de su política. Becket organizó la corte, la rodeó de pompa y boato, restauró edificios, reorganizó el sistema de propiedad de la tierra y consiguió importantes ingresos. Por sus leales servicios recibió grandes honores y propiedades. Entre el rey y su ministro surgió una profunda amistad: el joven soberano era colérico y ambicioso, y Tomás seductor, alegre y generoso. Dos personalidades distintas pero complementarias.

(El monarca y el Arzobispo en una miniatura del siglo XIV)
En 1162, al quedar vacante el arzobispado de Canterbury, la sede primada de Inglaterra, Enrique II nombró para ese puesto a Becket. El Rey anhelaba controlar la propiedad de la Iglesia de Inglaterra y someter el clero a la Corona, y estaba seguro de que su amigo y canciller le ayudaría a lograrlo.
Sin embargo el rey se equivocaba, pues desde el mismo momento en que Tomás Becket, fue consagrado arzobispo en junio de 1162, abandonó por completo su vida de ostentación y lujo decidido a entregarse en cuerpo y alma a su nuevo cargo.
Se deshizo totalmente de sus riquezas repartiéndola entre los pobres y necesitados, a quienes lavaba diariamente los pies, cambió su lujoso ropaje por el hábito sencillo de los agustinos y se mortificaba con el silicio. Su casa estaba siempre abierta para los necesitados y no podía evitar el llorar cuando celebraba la Eucaristía. Por lo tanto el nuevo arzobispo no esta dispuesto a someterse a la voluntad del rey, y ser en sus manos una marioneta.
A finales de 1162, fue plenamente consciente de que no era compatible el servir a Dios y al rey, por lo que dimitió como canciller ante el enorme disgusto de Enrique II.

(Thomas Becket, a la derecha, se enfrenta el Rey Enrique II en un litigio)
Todo esto creó una enorme tensión entre los dos amigos, tensión que estalló en junio de 1163 cuando el arzobispo se negó a entregar al rey las rentas de la Iglesia. Enrique II fue contundente en su reacción, y en enero de 1164 promulgó las llamas Constituciones de Clarendon, por las cuales asentaba la suprema y total autoridad de la soberanía sobre la Iglesia, y suprimió todas las apelaciones a Roma. La mayoría de obispos y altos cargos eclesiásticos se doblegaron a las órdenes reales, Tomás Becket por el contrario, se negó a aceptarlas. Esto hizo que el rey ordenara su apresamiento, sin embargo el primado consiguió huir al continente en 1164.

(Tomás Becket en una imagen de El Libro de los Santos)
Los siguientes seis años fueron un continuo enfrentamiento entre los dos antiguos amigos, Becket estaba protegido en Francia por Luis VII, que en vano intentó en varias ocasiones una reconciliación, recurriendo hasta a la emperatriz Matilde, madre de Enrique II, y del papa Alejandro III. Como resultado de ello, Enrique y Tomás se encontraron en varias ocasiones en territorio francés, pero nunca llegaron dichos encuentros a buen término, pues el orgullo y tozudez de ambos lo hacían imposible.
En 1170 la tensión se incrementó peligrosamente por parte de Enrique II, pues decidió que su hijo, Enrique el Joven, fuera coronado rey de Inglaterra, encargando la ceremonia al arzobispo de York, Roger de Pont-I’Èvêque, antiguo enemigo de Becket, como primado de la Iglesia Inglesa. Como represalia, Tomás escribió a todos los obispos prohibiéndoles acudir a la coronación, que se celebró el 14 de junio en Westminster.
La Iglesia presionó fuertemente a soberano para que devolviese al arzobispo los bienes confiscados, hecho que acató y realizó tan sólo tres días después de la coronación del nuevo rey, prometiéndole además protección y seguridad si volvía a Inglaterra, comprometiéndose a que su hijo fuera nuevamente coronado por el arzobispo. Becket volvió entre las aclamaciones de la población que ansiaba su regreso.
Pero arriesgadamente, Tomás Becket, nada más regresar, tomó la resolución de excomulgar al arzobispo de York y a los obispos de Londres y Salisbury por haber participado en la coronación de Enrique el Joven, encendiendo de nuevo la cólera de Enrique II, que se encontraba en el continente, y que sintiéndose traicionado, hizo un llamamiento en la Navidad de 1170 incitando a que su honor ultrajado fuera vengado.

El llamamiento del rey fue inmediatamente tomado en cuenta por los caballeros Reginaldo Fitzurse, Guillermo de Trazy, Hugo de Moreville y Ricardo el Bretón, caballeros anglonormandos que de inmediato zarparon hacia Inglaterra, llegando a Canterbury el 29 de diciembre.
Los cuatro caballeros se presentaron primero en el palacio del arzobispo, cuando éste había terminado de comer, acompañado por sus clérigos de confianza.
Avisado por su sirviente de la llegada de los enviados del rey, los invita a pasar y éstos lo conminan a que se retracte de sus actos y se someta a juicio del rey, a lo que el arzobispo se niega rotundamente. Los caballeros salen al patio y se ponen sus armaduras, dirigiéndose Becket a la catedral para participar en el oficio de vísperas. Los caballeros lo siguen y lo atacan entre las capillas de Santa María y San benito, donde es rodeado y brutalmente atacado con las espadas. Le asestaron varios tajos hasta casi decapitarlo. El arzobispo no opuso resistencia, exclamando en el momento en que iba a ser rematado: “Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica”.

Cuentan los cronistas que Enrique II, enterado de las intenciones de sus caballeros intento evitar el asesinato enviando a su senescal Richard Hommet, tras ellos, pero no logró llegar a tiempo. Cuando días después el soberano tuvo noticia del crimen, se mostró muy abatido, recluyéndose y negándose a recibir a nadie.

La Cristiandad se conmovió horrorizada ante el salvaje asesinato. Luis VII de Francia clamó la venganza de Dios y el papa Alejandro III excomulgó al rey de Inglaterra y a los viles asesinos.
Pero el rey negó totalmente cualquier implicación den los hecho mediante cartas y embajadas, llegando incluso, en mayo de 1172 a realizar en Avranches una ceremonia de expiación, jurando solemnemente delante del clero y del pueblo que no había tenido nada que ver en la muerte de Becket. Se sometió a flagelación pública y renunció a sus pretensiones de supremacía sobre la Iglesia.

Tres años más tarde, y debido a la fama y prestigio que de mártir adquirió Tomás Becket, fue canonizado por el papa en junio de 1174.
(Tomás Becket entronizado, en un óleo de G. de Santacroce- Siglo XII)
Enrique II rezó ese mismo mes ante la tumba del nuevo santo, al que en los años posteriores le serían atribuidos numerosos milagros.
Su sepulcro, en la catedral de Canterbury fue el principal centro de peregrinación durante la edad Media.

sábado, 20 de mayo de 2017

El riesgo de trabajar en un acelerador

Los aceleradores de partículas son, básicamente, tubos vacíos muy largos rodeados de imanes. Los campos magnéticos producidos por los imanes confinan las partículas en el centro del tubo y las propulsan a lo largo de él, acelerándolas mientras lo recorren y manteniéndolas concentradas en un fino haz que, en los aceleradores más grandes, tan solo mide un milímetro de diámetro.



Los aceleradores de partículas tienen sus propios riesgos, como todo. Igual que ocurre con cualquier otra tecnología, existe el peligro de que alguna pieza de la maquinaria falle y el chorro de partículas que hay en su interior termine haciendo cosas que no debería hacer… Como pasar a través de la cabeza de uno de los operarios.

Esto es precisamente lo que le ocurrió a Anatoli Bugorski, un investigador que trabajaba en el Instituto de Física de Alta Energía en Protvino, antigua Unión Soviética, en el sincrotrón U-70, un anillo de unos 1.500 metros de perímetro a través del cual pasa un chorro de partículas con una energía de hasta 76 GeV.



Y el 13 de julio de 1978, un día como cualquier otro, su cabeza se interpuso en el camino de ese chorro de partículas. Bugorski no metió la cabeza en la máquina a propósito. El investigador, de 36 años, estaba comprobando un componente del acelerador que no funcionaba bien cuando uno de los mecanismos de seguridad que falló. Pero, al contrario de las situaciones a las que las películas de Hollywood nos tienen acostumbrados, el chorro de partículas no le dejó un agujero humeante de punta a punta del cráneo. Lo que Bugorski acababa de recibir era simplemente una dosis de radiación muy concentrada, de manera similar a las utilizadas en radioterapia para matar células cancerígenas, aunque con una energía 1.000 veces mayor.

"Un destello más brillante que mil soles"

El chorro de partículas pasó a través de su cabeza y, aunque no sintió ningún dolor, dijo ver “un destello más brillante que mil soles”. Tras el accidente, la parte izquierda de su cara se hinchó hasta quedar irreconocible y, durante las siguientes semanas, se le empezó a caer la piel que rodeaba la zona por donde el haz de partículas había entrado en su cabeza.

Pero, pese a que había recibido una dosis de radiación muy superior a lo que se considera letal, Bugorski sobrevivió sin secuelas graves y pudo continuar ejerciendo su profesión, terminando incluso su doctorado a lo largo de los siguientes años. Eso sí, su vida sufrió varios cambios: perdió la audición en su oído izquierdo y sólo escuchaba un sonido interno molesto, se cansaba más rápido cuando realizaba esfuerzos intelectuales y de vez en cuando le pegaban ataques convulsivos. Su rostro recuperó volumen original, aunque sus nervios habían sido destruidos y la parte izquierda de su cara quedó paralizada. Pero, eh, un chorro de partículas había atravesado su cerebro casi a la velocidad de la luz y había sobrevivido.

En realidad, tampoco se sabe cómo de “sorprendente” porque no está tan claro cómo nos afecta exactamente una dosis de radiación tan alta y sobre una pequeña sección del cuerpo. De hecho, se cree que Bugorski tuvo “suerte” de que el haz de partículas atravesara su cerebro y no algún otro órgano vital, ya que nuestro cerebro tiene una gran capacidad regenerativa. Sea como sea, a sus 73 años, hoy en día Bugorski sigue vivo y coleando.

Fuente

viernes, 19 de mayo de 2017

Sigurd Eysteinsson

Muerte Curiosa

Sigurd Eysteinsson, el poderoso, era el conde vikingo de las Orcadas, al norte de las actuales islas británicas, entre 875 y 892 gobernó esa zona luego de suceder a su hermano Rognvald Eysteinsson.


Las Orcadas y Shetland eran el refugio de los vikingos noruegos exiliados luego de la unificación de 872, así que no tenían muchas opciones en su tierra natal, la invasión del norte de Escocia era ya un clásico para ellos.

Por otra parte Máel Brigte era su enemigo, Mormaer de Moray, y para ese entonces Sigurd quería expandir su dominio a la Escocia continental, no les alcanzaba con unas pobres islitas pesqueras, y para vencerlo lo batió a duelo en una batalla de sólo 40 hombres cada uno.

Fiel a su falta de códigos Sigurd fue a la batalla... con 80 hombres, y claro, ganó gracias a ese 2 a 1, Máel Brigte obviamente perdió y perdió su cabeza ya que estamos.

Sigurd Eysteinsson contento por la victoria ató la cabeza de Máel a la montura de su caballo y cabalgó triunfante. Pero he aquí que Máel tenía una venganza escondida aun muerto, a medida que Sigurd cabalgaba los dientes del cráneo fétido de Máel fueron lastimando la pierna del vikingo.

La pierna se inflamó e infectó! y ya saben que para el siglo IX no había mucha medicina que digamos y menos para los vikingos así que como resultado... Sigurd murió.

Fuente