miércoles, 22 de enero de 2014

Los Caníbales franceses


Esta historia comienza en París en 1816. La monarquía francesa había sido restaurada en el trono gracias a que los ingleses un año antes habían derrotado y exiliado a Napoleón. La monarquía ya no era un poder absoluto y debía ceñirse a varios cambios que se habían producido años antes en la famosa Revolución. En este contexto, y como muestra de buena voluntad y apoyo al recién instalado Luis XVIII, los británicos ofrecieron a los franceses el Puerto de St. Louis, en Senegal, en la costa occidental de África.

El Puerto de St. Louis era un fondeadero comercial importante y centro de abastecimiento casi obligatorio para quienes navegaban hacia el Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. Para tomar posesión del puerto, el nuevo rey francés preparó una flota de barcos que llevaría a quien sería el nuevo Gobernador de St. Louis, su respectivo regimiento de soldados y a las primeras familias que colonizarían el pueblo costero.

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Puerto de St. Louis en Nueva Senegal


El primer gran error que se cometió, fue nombrar como capitán de la flota a Hugues Duroy de Chaumereys y ponerlo a cargo de llevar toda esa gente a su destino. Fue una elección política e inadecuada ya que De Chaumereys era un aristócrata pro monárquico de 53 años, que hacía 25 que no había tripulado un barco. Ni en su mejor época de oficial había capitaneado una nave, sin embargo ahora le encargaban una flota.

Las embarcaciones partieron el 17 de junio de 1816. La flota estaba compuesta por cuatro barcos: el Loira, el Argus, el Eco y la fragata Medusa. Esta última era la que llevaba al capitán, a los pasajeros civiles, a los más altos oficiales y a la mayor parte de la tropa. Iban aproximadamente unos 400 hombres, fuera de mujeres y niños. El pasajero más importante era el coronel Julián Désiré Schmaltz, Gobernador de Nueva Senegal, un hombre arrogante y engreído que no tardó en impresionar al inexperto capitán De Chaumereys.

El Gobernador Schmaltz quería llegar a St. Louis lo más rápido posible tomando una ruta más directa. El plan que sugirió –ordenó- el Gobernador, implicaba acercar a la flota peligrosamente a la costa para navegar siguiendo su perfil. Esa zona de la costa africana era (y es) bastante conocida por sus bancos de arena, arrecifes y por los complicados problemas de navegación que implicaba, incluyendo el famoso banco de Arguin, que cuando baja la marea prácticamente se convierte en islote. Era una ruta que hasta los piratas más experimentados la evitaban. Lo habitual era navegar mar adentro en el Atlántico y dejar que los vientos predominantes del oeste acerquen las naves a la orilla aprovechando las marea altas, cosa que según Schmaltz era perder el tiempo.

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Fragata La Medusa


El pelele del capitán se dejó influenciar por el gobernador y ordenó cambiar el rumbo para seguir su plan. Los marinos y la tripulación estaban indignados, primero porque estaban obligados a obedecer las órdenes de dos aristócratas monárquicos que no sabían nada de navegación, y segundo, porque conocían el riesgo que esto conllevaba.

La Medusa, al ser la embarcación más rápida del convoy, pronto dejó atrás al Loira y al Argus. El Echo iba segundo y le siguió el ritmo durante varios kilómetros pero luego decidió ir más despacio por precaución, mientras tanto la Medusa siguió por su cuenta y abandonó el grupo.

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Para el 28 de junio (tras 11 días de navegación), el capitán De Chaumereys ya había hecho un nuevo amigo, un tal M. Richefort que se le presentó como un experto explorador de África. Este señor iba a ser el nuevo capitán del Puerto de St. Louis y tenía aún menos experiencia naval que De Chaumereys. Pronto el capitán se dejó manipular por este charlatán y prácticamente empezó a tomar las decisiones que Richefort le aconsejaba.

Eran tan obvias las falencias del capitán en materia de navegación, que no sólo la tripulación se daba cuenta del títere que tenían al mando, sino que incluso ya lo comentaban los oficiales, las tropas y los civiles que iban hacia St. Louis. El Capitán y su nuevo amigo parecían gemelos, se paseaban por toda la fragata caminando elegantemente, ambos con aire de suficiencia y dando órdenes de navegación. Muy pronto esto sería lo que los llevó al desastre.

El amanecer del 2 de julio sorprendió a los pasajeros con un entorno de miedo. De repente vieron como el agua del mar se había oscurecido, y quienes se asomaron a la proa del barco pudieron constatar que ésta estaba llena de barro. Frente a la obvia preocupación y preguntas de los pasajeros, Richefort sonreía con serenidad y amablemente les respondía:

"Mi querido señor, sabemos lo que hacemos. Siga usted en sus asuntos que puede estar tranquilo. He pasado dos veces por el Banco de Arguin, he navegado en el Mar Rojo, y como podrá ver, aún sigo vivo”.


El Gobernador Schmaltz, que no tenía idea de lo que estaba pasando, seguía dictando el rumbo y dando órdenes a todos a los que se le acercaban. Richefort se instaló junto al Gobernador como su asistente de navegación, mientras el capitán De Chaumereys trataba de tranquilizar a la gente que empezaba a reclamar. Al final no pudo soportar la presión y por último terminó pidiendo a la tripulación que "hicieran lo que creyeran más conveniente". El puesto de Capitán le había quedado demasiado grande.

Esa misma mañana antes del mediodía, llegó a su fin el viaje de la Medusa. Las crónicas relatan que el barco navegaba en aguas de 80 brazas de profundidad. La braza es una antigua medida de longitud náutica para calcular la profundidad del agua. Equivale a un par de brazos extendidos, 1,7 m aproximadamente.

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Banco de Arguin visto desde la costa


"No hay motivo de alarma" repetía a cada momento De Chaumereys a los pasajeros, y en cierto momento hasta tuvo que gritarlo porque el pánico ya empezaba a cundir. Para eso de las 15:00 la Medusa navegaba apenas sobre seis brazas de agua (10 metros), la que cada vez se iba haciendo menos profunda. Casi toda la tripulación había abandonado al capitán, mientras él y su amigo navegante se mostraban alegres y sonreían.
Cinco minutos más tarde el barco se detuvo en seco y empezó lentamente a voltearse de lado provocando un gran sacudón, hasta que –por suerte- la inclinación se detuvo de pronto. Era el Banco de Arguin. Según los testigos que luego relatarían los hechos, los rostros del capitán De Chaumereys y Richefort sufrieron una rara transformación, "tenían los ojos desorbitados, sudaban profusamente, se notaba habían entrado en pánico pero sólo guardaban silencio... poco después, los airados reclamos de la tripulación los trajeron de vuelta a la realidad".

Casi inmediatamente, Richefort fue objeto de una las más grandes puteadas que debe haber recibido un hombre en su vida (de los marinos, soldados y pasajeros), pero los oficiales no dejaron que lo agredan. El capitán se había quedado mudo mientras el Gobernador Schmaltz y su familia contemplaban indiferentes el espectáculo, suponiendo tal vez, que como eran gente importante (rica), alguien vendría en su ayuda.

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El banco de Arguin visto desde el aire


Tal como se encontraba en ese momento, el barco no había sufrido ningún daño, apenas estaba atrapado en el fango. En un esfuerzo por aumentar la flotabilidad sobre el lodo, la tripulación empezó a lanzar los objetos más pesados por la borda, porque según ellos, tenían un pequeño lapso de tiempo para tratar de sacar al barco del banco de arena: con la primera marea alta, ya que cada una de las siguientes (mareas) iba a ser menor que la anterior así que debían apurarse botando toda la carga pesada como armas, cañones, barriles de pólvora, munición. De Chaumereys ordenó parar ese plan por temor a que el rey se moleste al saber que sus cañones habían sido tirados por la borda. El barco por supuesto, seguía hundiéndose cada vez más en el espeso lodo.

Después de su crisis nerviosa y rascándose la cabeza, el Capitán llamó a algunos de sus marinos de confianza y a los oficiales de mayor rango para ver qué se podía hacer, porque para variar, sólo había seis botes salvavidas.

Nuevamente el Gobernador salió con otra de sus “geniales” ideas. Schmaltz sugirió cargar “las pertenencias más importantes” junto a los pasajeros importantes en los pocos botes salvavidas, y construir una balsa para los soldados y tripulación, que sería remolcada por los seis pequeños botes hacia la costa.

Así como en la actualidad van mecánicos e ingenieros especializados en todos los buques modernos, antes iban carpinteros, cerrajeros y mucha gente hábil. La balsa fue construida en tiempo record utilizando los mástiles y las vigas transversales de la embarcación. Fue hecha rudimentariamente y al apuro, no tenía ningún sistema mecánico de navegación y como iban a ser remolcados, nadie se preocupó por hacer unos remos. Medía aproximadamente unos 65 por 23 pies (20 x 7 metros).

Los Caníbales franceses

La rudimentaria balsa de 20 x 7 metros


Cuando la tropa y los marinos de bajo rango empezaron a subir a la balsa –unas crónicas dicen 147 otras 150- , esta se hundió y el agua les llegaba a las rodillas. Estaba tan cargada que ni siquiera tenían un metro de espacio por persona, era imposible acomodarse.

También hay que señalar que hubo ocho altos oficiales que -con mucha dignidad- prefirieron ir en la balsa acompañando a sus soldados, pero por lo enrarecido que estaba el ambiente, les requisaron las armas a la tropa y sólo a unos pocos se les permitió que llevaran su sable. Era tal el hacinamiento y el desorden, que 17 hombres decidieron no arriesgarse, prefirieron quedarse en la Medusa que lentamente era tragada por el lodo. Tuvieron que esconderse para que no los obligaran a subir porque prácticamente era un suicidio.

Aunque el detalle de los suministros nunca se sabrá con exactitud, se calcula que llevaban unos cuantos barriles de vino y de agua dulce, un par de barriles de ron, algo de harina (que de nada servía), y a última hora desde los botes les convidaron unas 20 libras de galletas.

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Botes salvavidas de la Medusa


Gracias a la genial sugerencia del Gobernador Schmaltz, cinco de los seis botes salvavidas fueron cargados con cosas ridículas. En el sexto iría la “gente importante” como por ejemplo el Capitán De Chaumereys (que fue uno de los primeros en subirse al sexto bote), el Gobernador con su familia, los pasajeros notables –políticos y adinerados-, y otros marinos y altos oficiales que prefirieron ir en los botes que junto a sus tropas. Obviamente este grupo tenía más posibilidades de sobrevivir que aquellos pobres diablos de la balsa, que aún antes de partir ya estaban temblando empapados, muertos de hambre y hacinados.

En la balsa la gente pronto se dio cuenta que apoyar esta idea había sido una tontería, sobre todo porque ningún plan podía funcionar si de por medio había discriminación social. Muchos marineros estaban tan resentidos, tan dolidos, que maldecían a gritos a la gente que ya se había acomodado en el bote VIP. Cuando empezaron a remolcarlos muchos cayeron al mar, otros lloraban de miedo y desesperación, otros prefirieron seguir en la balsa pero colgados de ella, dentro del agua; en lo único que pensaban es en salvar sus propias vidas. En cierto momento se percataron de que uno de los botes salvavidas cargados navegaba sin rumbo cerca de ellos. Así que cuando la balsa pasó demasiado cerca, estuvo a muy poca distancia de sus brazos estirados, lo cual hizo que el Capitán De Chaumereys entrara en pánico y desesperación, a tal punto que dio la orden de desatar la balsa, cortar las amarras y dejar a sus ocupantes a merced de los mares.

“En aquel momento no creímos que habíamos sido tan cruelmente abandonados. Nos imaginamos que los barcos nos habían soltado talvez porque habían visto un buque cercano, y se apresuraban hacia él a pedir ayuda. Algunos oficiales que iban con nosotros en la balsa, al ver que los botes nos abandonaban, sacaron sus armas pero no se si era para dispararles o suicidarse, pero enseguida fueron detenidos por el teniente Espiau”.


Ahora había más de un centenar de hombres que se encontraban abandonados en el océano, a la deriva, que sólo podían esperar un milagro o la muerte.
Mientras tanto y debido a la desesperación, algunos de los barriles de provisiones fueron lanzados al mar para hacer espacio, para poder sentarse al menos. Daba igual, el verdadero peligro no serían ni el hambre ni la sed, el verdadero peligro sería el instinto de supervivencia humano en tan poco espacio. Al caer la noche, comenzaron a darse cuenta de cuan perverso y cruel que puede llegar a ser el hombre en condiciones extremas.

Los primeros reclamos llegaron. Se preguntaban airados quiénes fueron los estúpidos que lanzaron los barriles de vino y harina por la borda. Las primeras riñas e insultos terminaron en un tumulto de cuchillos, machetes y sangre. Fueron las primeras víctimas. En medio de ese infierno de lamentos, maldiciones y una oscuridad sin luna, la balsa amaneció más ligera: 21 hombres murieron la primera noche, 18 fueron asesinados y 3 se suicididaron.

El hambre, la falta de sueño y la desorientación de los marinos sólo consiguieron despertar sus más bajas pasiones. Las riñas eran comunes especialmente al anochecer, la noche los ponía locos como bestias, los tripulantes ebrios se rebelaban contra sus superiores y los asesinaban. Se desató una guerra entre la tropa y oficiales, entre marineros contra soldados, entre africanos y franceses, civiles contra militares. Cada noche era una pesadilla, cada noche enloquecían, la histeria se apoderaba de todos y quien quería amanecer vivo, tenía que luchar. Cada mañana se contaba el número de sobrevivientes y se distribuían las magras raciones de harina y vino entre los que se negaban a morir. Eso sí, botaban al océano a los más débiles y agonizantes para obtener más raciones.

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Por último, la sed y el hambre se hicieron insoportables y no tuvieron reparo en cortar la piel y desgarrar la carne de algunos cadáveres que cubrían el bote. Eran cadáveres de compañeros que quedaron con sus extremidades inferiores atrapadas entre los palos de la balsa después de una noche de tormenta, y que no pudieron saltar al mar cuando les revolcaba el océano. Muchos se resistieron a comerla pero pronto se hizo evidente que quienes comían carne humana soportaban con más fuerza el infortunio, así que todos, uno por uno, tropa y oficiales por igual, tuvieron que dejar a un lado sus prejuicios y comerla.

A los trece días de haber sido abandonados a la deriva, la fragata Argus pudo divisarlos. La balsa se encontraba a cuatro millas de la costa y con apenas 15 sobrevivientes. Cabe destacar que esta embarcación no había salido a buscar a los náufragos, los encontraron por pura casualidad. El Argus cumplía órdenes de ir a buscar un cargamento de oro que había quedado en el casco de la Medusa. Cuando la fragata pudo detenerse junto a la balsa, toda la tripulación quedó en shock, los creían muertos. Rescataron a los quince moribundos en un estado lamentable, con la piel reventada por el sol, los rostros demacrados y casi todos vendados en distintas partes del cuerpo por heridas de arma blanca. La balsa estaba cubierta de cadáveres desollados a medio comer, algunos putrefactos y otros con muestras de haber estado a merced de las aves marinas.

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Recorrido de la Medusa, de la balsa y de los botes.


Cinco hombres de los quince rescatados murieron al poco tiempo y el resto pasó hospitalizado durante varios meses. Cuando por fin llegaron después de mucho tiempo y muchas búsquedas a la Medusa, sólo tres de las diecisiete personas que se quedaron continuaban vivas, habían soportado 54 días de hambre y cautiverio, pero ya estaban locos, el cautiverio les había hecho perder la razón.

Y si esta historia no logró conmoverlos, pues esperen un poco porque aquí viene lo más insólito.
El médico cirujano Henri Savigny, pasajero de la Medusa y uno de los sobrevivientes de la balsa, fue quien puso la denuncia ante las autoridades, pero la justicia no hizo nada, los funcionarios trataron de encubrir el asunto y lo traspapelaron para que se pierda en el olvido. El trasfondo de esto era que los franceses, quienes se creían los mejores navegantes del mundo, no querían ser ridiculizados por la Marina Británica por esta evidente falta de solidaridad y espíritu de cuerpo, normas primordiales de navegación.
¿Qué podría esperarse de una marina en la que un capitán es el primero en abandonar a su barco y a su gente? Quedaba desnudada la realidad del ejército francés, dividido entre revolucionarios y monárquicos.

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El famoso lienzo "Le Radeau de la Méduse" (La balsa de la Medusa) de Théodore Géricault


La prensa escrita de aquel entonces, único medio de comunicación de la época y aliada de la monarquía, ocultó la tragedia, la cual logró filtrarse y difundirse en un periódico antimonárquico. Se armó un escándalo de gran magnitud que remeció nuevamente a la sociedad francesa. El incompetente y cobarde Capitán De Chaumereys fue juzgado en Consejo de Guerra, pero increíblemente, fue declarado "no culpable de deserción" a pesar de los testimonios y evidencia en su contra. Fue sentenciado sólo a 3 años de cárcel por no haber evacuado a toda la tripulación. Un veredicto muy benevolente si tomamos en cuenta que era la Francia en la que se guillotinaba por todo, a diestra y siniestra.

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Théodore Géricault


El cuadro en cambio tiene su propia historia, su propio drama. Su autor fue Théodore Géricault, admirador confeso de los grandes pintores italianos a quienes quiso imitar. Decidió pintar acerca del naufragio y el abandono a la tripulación, porque como fue un escándalo de proporciones, sabía que un cuadro memorable de la tragedia inmortalizaría su nombre, o por lo menos se daría a conocer en Europa. Lo que sucede es que, como en aquella época no existía la fotografía, cualquier evento memorable debía ser graficado, pintado, narrado en una imagen, y las mejores obras o las más explicitas recorrían Europa, llegando así sus autores a ser reconocidos y a cotizarse.

El trágico evento cautivó tanto al joven artista que, antes de empezar a trabajar en la pintura final, llevó a cabo una profunda investigación sobre el tema y realizó muchos bocetos preparatorios. Se entrevistó con dos de los sobrevivientes, y con sus testimonios pudo construir un idéntico y detallado modelo a escala de la balsa. Su obsesión por la perfección lo llevó hasta las morgues y hospitales donde podía ver, de primera mano, el color y la textura de la carne de los moribundos y cadáveres. Se sometió a una semana de ayuno voluntario para sentir la ansiedad y de alguna forma graficar la desesperación y el dolor

Los Caníbales franceses

Boceto de cadáver para la balsa


al como el artista había anticipado, la pintura resultó bastante controversial desde su primera aparición en el Salón de París en 1819, más que nada porque las diferencias políticas se acentuaron y su lienzo fue objeto tanto de apasionadas alabanzas, como de despiadadas críticas y condenas. Y si bien es cierto que ganó una merecida reputación internacional, el joven pintor murió dos años después de acabarla, agotado psíquica y mentalmente, ya que nunca se recuperó del monumental esfuerzo.

Tras la muerte de Géricault hubo dos partes muy interesadas en comprar el gigante lienzo (7,16 x 4,91 m). El uno era un aristócrata inglés y el otro un grupo de nobles franceses que querían cortar la tela en trozos pequeños con la finalidad de venderlos en una subasta uno por uno. Lo que sucedía es que la pintura estaba considerada como una obra antimonárquica que representaba claramente el clasismo que se vivía bajo la monarquía francesa, sin embargo, irónicamente, fue el mismo Luis XVIII quien intervino y rescató al lienzo de terminar en algún museo extranjero o de ser cortado en pedazos como se pretendía. Luego él mismo donó el lienzo al Museo de Louvre donde aún permanece

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