Ragnarök significa literalmente "Destino de los dioses", también se lo suele mencionar como El crepúsculo de los dioses o El ocaso de los dioses. En líneas generales, el Ragnarok es el conflicto final entre el Bien y el Mal, entre los Aesir, los dioses, y los Jutuns, gigantes del frío. Pero los mitos nórdicos, al contrario de lo que sucede con cualquier otra leyenda apocalíptica, afirman que el Mal será el vencedor de la Gran Batalla Universal, aunque la esperanza continuará en la figura del dios redivivo: Balder.
Muchos hablan del Ragnarok como éste fuese un momento preciso, un instante de choque entre dos potencias opuestas, pero lo cierto es que el Ragnarok es algo mucho más complejo que eso. No sólo nos plantea una visión sobre el futuro, sino la comprensión del pasado, de su gente y sus creencias. A continuación daremos cuenta de la secuencia de eventos que anuncian el Ragnarok, más el conflicto propiamente dicho. Pero para comprender la profundidad y belleza poética de este mito es imprescindible que digamos un par de cosas sobre sus creadores.
¿Cómo el Bien puede ser vencido por el Mal? La respuesta nórdica sería: Porque así debe ser para que lo otro sea.
La mentalidad nórdica -no hablo aquí de neoimbéciles o coquetos suecos, sino de las sociedades guerreras nórdicas de antaño- estimulaba la muerte en la batalla señalándola como admirable, e incluso agradable a los dioses. Morir bajo la espada era la mayor dignidad disponible para el hombre mortal. Una construcción mental y social como ésta se tradujo en panteón de dioses que no son eternos, ni inmortales, ni ajenos al dolor y la tristeza.
Los dioses nórdicos no son indiferentes a su destino. Saben que morirán, y lo consideran un honor.
La secuencia de acontecimientos siniestros del Ragnarok tiene numerosas fuentes. Entre ellas, La Völuspá, La Edda mayor, y la Edda prosaica o Edda menor. Lo exquisito del mito del Ragnarok es que los dioses conocen la profecía, saben exáctamente el destino que les aguarda, y saben que ese destino es inamovible. Sólo queda enfrentarlo con la mayor entereza posible.
La palabra Ragnarök proviene del genitivo de Regin, "dioses" o "regentes", y Röekr, literalmente, "oscurecimiento", aunque aquí figura de un modo poético, señalando una especie de declinación que no puede evitarse.
Sin mayores preludios, vayamos descubriendo juntos los hechos asombrosos que dan inicio al Ragnarok.
El Ragnarok será anunciado por el Fimbulvetr, el Invierno de Inviernos, tres implacables períodos de frío que se suceden sin veranos de por medio. Aquí se produce el fin de la humanidad como la conocemos. Sólo un puñado de valientes sobrevivirá para atestiguar la lucha entre los dioses y los gigantes.
Tras una persecución que se inició en los albores del tiempo, el famélico lobo Sköll y su hermano Hati devorarán al sol y la luna. Las estrellas se apagarán en el cielo dejando al universo en sombras.
Habrá temblores. La Tierra se estremecerá de un modo tan violento que los arboles serán arrancados de cuajo y las montañas caerán como pilares de arena. Los artilugios pensados por los dioses perderán su magia. Loki emerge de su prisión y las cadenas que mantienen cerradas las voraces fauces de Fenrir se quebrarán. Su quijada se abrirá de tal modo que la parte inferior desgarrará la tierra y su hocico destrozará el cielo. Dos volcanes en llamas brillarán en sus ojos, inmensos como abarcar todos los montes de la Tierra, y ríos de lava correrán de sus fosas nasales.
El vigilante de los Jutuns, Eggthér, se sentará sobre su tumba y hará sonar su arpa, sonriendo con su boca descomunal. Fjalar, el gallo rojo, convocará a los Gigantes del frío, mientras que Gullinkambi, el gallo de oro, cantará a los dioses. Una tercer ave de aspecto infernal levantará con su llamado a los muertos que habitan el Hel.
La serpiente de la Tierra Media (Midgard), llamada Jörmundgander, se sacudirá en su sueño sobre el lecho del océano y reptará hacia tierra firme, retorciéndose enloquecidamente. Los mares hervirán con su furia y golpearán contra sus costas en una serie de olas de proporciones ciclópeas. Con cada exhalación, Jörmundgander saturará el aire con un vapor venenoso.
Los ejércitos de los Jotun, comandados por Hrym, saldrán del Jötunheim a bordo de la estremecedora Naglfar, aquel navío fabricado con las uñas de los muertos.
Aprovechando la inundación general, los muertos son liberados del inframundo y se dirigen al campo de batalla, llamado Vigrid.
Desde el oscuro norte arribará un segundo navío de velas negras. Loki comanda el timonel, llevando a bordo las horrorosas huestes del Hel.
Habrá conflictos a lo largo y ancho de la Tierra. El tronar del acero se escuchará desde cualquier rincón, y todas las criaturas no humanas del mundo sentirá el paso de infinitas botas que marchan.
Desde las fraguas abominables del Muspelheim avanzarán los ejércitos de Surt, ocupando el sur y quebrando la estabilidad del cielo. A su paso se levantan incendios incontenibles.
Las huestes del Mal se encaminan hacia Bifrost, el arcoiris que une la Tierra con el Cielo, que se romperá una vez que hayan cruzado.
Garm, el sabueso del infierno, finalmente logrará desatarse, y se unirá a los Gigantes en su marcha hacia Vigrid.
En Vigrid, un vasto campo de ciento veinte leguas circulares, se llena con los ejércitos del Mal.
Heimdall es el primer dios en llegar a la cita. Al ver a sus enemigos reunidos soplará su cuerno, Gjallarhorn, cuyo llamado se oirá en los Nueve Mundos.
Todos los dioses despertarán y se reunirán en consejo. Odín montará a Sleipnir, el caballo de seis patas, y volará como el viento a la morada del enano Mimer para consultarlo sobre el destino de los hombres.
Yggdrasil, el árbol del universo, temblará desde sus raíces hasta las hojas más altas.
432.000 Einherjer, es decir, humanos que han muerto bajo la espada, se vestirán de guerra y saldrán del Valhala a razón de escuadrones de 800 hombres por cada una de las 540 puertas del palacio celestial.
Odín cabalga al frente de su ejército de héroes, usando un brillante casco y blandiendo a Gungnir, su lanza forjada desde tiempos antiquísimos.
Odín se arrojará contra el lobo Fenrir. A su derecha marcha Thor, el dios del trueno, ocupado en despedazar a las serpiente Jörmungandr. Freyr se enfrentará en combate singular con Surt, el comandante de los ejércitos del sur, y será el primer dios en caer, ya que, preocupado por la seguridad de su criado Skimir, le había entregado previamente su espada. El dios Tyr destrozará a Garm, el perro del infierno, pero será herido de tal modo que no sobrevivirá. Heimdall luchará con Loki, y ambos se matarán mutuamente. Thor quebrará en mil pedazos la cabeza de Jörmungandr con su martillo Mjölnir, pero la saliva ponzoñosa de la serpiente lo alcanzará cuando éste se aleje nueve pasos del descomunal cadáver, y morirá tras una agonía terrible. Odín y su lanza, Gungnir, cargarán contra Fenrir, pero será devorado por las fauces insaciables de la bestia. Vidar, hijo mudo de Odín, al ver la muerte de su padre, se arroja contra el lobo y aplasta su cabeza con sus botas de cuero, creadas con todas las sandalias de los héroes muertos a lo largo de la historia. Incapaz de abrir su quijada, la cabeza de Fenrir es perforada por la espada de Vidar.
Surt levanta fuegos oscuros a lo largo y ancho de Vigrid. Vapores fétidos e irrespirables descienden sobre los pocos dioses que quedan en pie. Todo el cielo está en llamas. Abajo, la tierra y el mar se encuentran en un abrazo letal.
Los héroes han muerto y los dioses han caido.
Pero no todo está perdido. El Bien y el Mal no son absolutos, y a menudo se confunden entre sí, rozándose o mezclándose de un modo que resulta desconcertante para el hombre. El Ragnarok ha concluido, pero la Batalla de las Batallas es apenas el preludio de un acontecimiento aún más grandioso: un renacer, si se quiere, un reordenamiento de todas las causas y los efectos.
El Ragnarok ha conluido, y con él nuestro artículo; de modo que nos retiramos, tristes y abatidos, de los campos ahora ensangrentados de Vagrid; pero con la promesa de retornar pronto para narrar esta segunda etapa casi desconocida que sucede tras el Ragnarok; un momento incierto, fugitivo, sobre el que la Profeta ha dicho muy poco, acaso porque su destino aún no ha sido escrito.
Después del Ragnarok, una bloque de tierra emergerá del mar. Sus campos conocerán una fertilidad nunca antes vista. El valle Idavöllr (el campo de las hazañas), que brillaba en el Asgard, la ciudad de los dioses, reaparece con un verde que lentamente devorará los ríos de sangre de incontables guerreros. Un retoño del sol, de brillo virginal, reaparecerá en el cielo dando comienzo a un nuevo ciclo en el universo.
Pero no sólo los retoños del pasado han perdurado. Un puñado de dioses también ha sobrevivido a la catástrofe. Vili, hermano de Odín, y los hijos de éste, Vali y Vidar. Los vástagos de Thor, Magni y Modi, heredarán a Mjölnir, el gran martillo del Señor del trueno. Balder y Hödr, quienes fenecieron antes del Ragnarok, volverán del inframundo y se reunirán en las ruinas del Valhala. Ya unidos en Idavöll, los sobrevivientes discutirán sobre cosas altas y sabias, compartirán sus conocimientos secretos, y hablarán de innumerables sucesos que aún no han ocurrido, y otros que permanecen vivos en el hedor de los cadáveres.
Nada se dice sobre las diosas, aunque Freyja y Frigg se intuyen en la calma con la que conversan sus camaradas.
De la raza humana sólo quedarán dos ejemplos, ocultos en lo profundo de Yggdrasil. Sus nombres son Lif (vida) y Lifthasir (el que desea la vida), y ambos se alimentarán del rocío dulce de la mañana, recordando oscuramente a los viejos dioses de antaño. Juntos comenzarán un nuevo culto, y Balder será su dios supremo.
De las viejas ciudades celestiales o los salones del submundo aún persisten algunos ecos. Al sur del antiguo Asgard existe una tierra secreta; un cielo virgen reservado para esta época de cambios: Andlang, y junto a éste, Vidblain; sitios que se mantuvieron firmes aún cuando Surt, el gigante, blandía sobre el universo su espada flamígera. Pero los dioses, acaso con un dejo de orgullo, desechan estos cielos y se ubican en el Gimlé; una construcción brillante cubierta de oro que resplandece sobre las nubes. Allí vivirán en paz, consultándose unos a otros sobre el reordenamiento del universo. Hablarán en los amplios pasillos del Brimir, en las estancias Ókólnir ("jamás frío"), bajo los dechos de Sindri y sobre las sombrías baldosas de Nidafjoll ("montañas oscuras").
Muy pronto los dioses reorganizan el antiguo ciclo natural, pero de un modo ligeramente diferente. Los infames que mueran en la Tierra irán al Náströnd ("playa de cadáveres"), ubicada en las raíces del mundo. El sol estará ausente en ese sitio de tristeza infinita, ya que su única abertura, una puerta de hierro colosal, se abrirá hacia el norte. Sobre sus muros habitan incontables serpientes con las cabezas vueltas hacia adentro, vigilantes, arrojando vahos y vapores pestilentes sobre los réprobos.
Pero los dioses han pensado un lugar aún más terrible, Hvergelmir, sitio donde los demonios que hayan sobrevivido al Ragnarok se encargarán de torturar a los muertos mediante la prolija succión de sus fluidos corporales.
Finalmente, la Tierra Media, el cálido y a veces hostil Midgard, será reestablecido como hogar de los descendientes de Lif y de Lifthrasir, quienes recordarán oscuramente su pasado y desconocerán por completo el futuro, creyendo que todo aquello es parte de un mito.
Fuente
Muchos hablan del Ragnarok como éste fuese un momento preciso, un instante de choque entre dos potencias opuestas, pero lo cierto es que el Ragnarok es algo mucho más complejo que eso. No sólo nos plantea una visión sobre el futuro, sino la comprensión del pasado, de su gente y sus creencias. A continuación daremos cuenta de la secuencia de eventos que anuncian el Ragnarok, más el conflicto propiamente dicho. Pero para comprender la profundidad y belleza poética de este mito es imprescindible que digamos un par de cosas sobre sus creadores.
¿Cómo el Bien puede ser vencido por el Mal? La respuesta nórdica sería: Porque así debe ser para que lo otro sea.
La mentalidad nórdica -no hablo aquí de neoimbéciles o coquetos suecos, sino de las sociedades guerreras nórdicas de antaño- estimulaba la muerte en la batalla señalándola como admirable, e incluso agradable a los dioses. Morir bajo la espada era la mayor dignidad disponible para el hombre mortal. Una construcción mental y social como ésta se tradujo en panteón de dioses que no son eternos, ni inmortales, ni ajenos al dolor y la tristeza.
Los dioses nórdicos no son indiferentes a su destino. Saben que morirán, y lo consideran un honor.
La secuencia de acontecimientos siniestros del Ragnarok tiene numerosas fuentes. Entre ellas, La Völuspá, La Edda mayor, y la Edda prosaica o Edda menor. Lo exquisito del mito del Ragnarok es que los dioses conocen la profecía, saben exáctamente el destino que les aguarda, y saben que ese destino es inamovible. Sólo queda enfrentarlo con la mayor entereza posible.
La palabra Ragnarök proviene del genitivo de Regin, "dioses" o "regentes", y Röekr, literalmente, "oscurecimiento", aunque aquí figura de un modo poético, señalando una especie de declinación que no puede evitarse.
Sin mayores preludios, vayamos descubriendo juntos los hechos asombrosos que dan inicio al Ragnarok.
El Ragnarok será anunciado por el Fimbulvetr, el Invierno de Inviernos, tres implacables períodos de frío que se suceden sin veranos de por medio. Aquí se produce el fin de la humanidad como la conocemos. Sólo un puñado de valientes sobrevivirá para atestiguar la lucha entre los dioses y los gigantes.
Tras una persecución que se inició en los albores del tiempo, el famélico lobo Sköll y su hermano Hati devorarán al sol y la luna. Las estrellas se apagarán en el cielo dejando al universo en sombras.
Habrá temblores. La Tierra se estremecerá de un modo tan violento que los arboles serán arrancados de cuajo y las montañas caerán como pilares de arena. Los artilugios pensados por los dioses perderán su magia. Loki emerge de su prisión y las cadenas que mantienen cerradas las voraces fauces de Fenrir se quebrarán. Su quijada se abrirá de tal modo que la parte inferior desgarrará la tierra y su hocico destrozará el cielo. Dos volcanes en llamas brillarán en sus ojos, inmensos como abarcar todos los montes de la Tierra, y ríos de lava correrán de sus fosas nasales.
El vigilante de los Jutuns, Eggthér, se sentará sobre su tumba y hará sonar su arpa, sonriendo con su boca descomunal. Fjalar, el gallo rojo, convocará a los Gigantes del frío, mientras que Gullinkambi, el gallo de oro, cantará a los dioses. Una tercer ave de aspecto infernal levantará con su llamado a los muertos que habitan el Hel.
La serpiente de la Tierra Media (Midgard), llamada Jörmundgander, se sacudirá en su sueño sobre el lecho del océano y reptará hacia tierra firme, retorciéndose enloquecidamente. Los mares hervirán con su furia y golpearán contra sus costas en una serie de olas de proporciones ciclópeas. Con cada exhalación, Jörmundgander saturará el aire con un vapor venenoso.
Los ejércitos de los Jotun, comandados por Hrym, saldrán del Jötunheim a bordo de la estremecedora Naglfar, aquel navío fabricado con las uñas de los muertos.
Aprovechando la inundación general, los muertos son liberados del inframundo y se dirigen al campo de batalla, llamado Vigrid.
Desde el oscuro norte arribará un segundo navío de velas negras. Loki comanda el timonel, llevando a bordo las horrorosas huestes del Hel.
Habrá conflictos a lo largo y ancho de la Tierra. El tronar del acero se escuchará desde cualquier rincón, y todas las criaturas no humanas del mundo sentirá el paso de infinitas botas que marchan.
Desde las fraguas abominables del Muspelheim avanzarán los ejércitos de Surt, ocupando el sur y quebrando la estabilidad del cielo. A su paso se levantan incendios incontenibles.
Las huestes del Mal se encaminan hacia Bifrost, el arcoiris que une la Tierra con el Cielo, que se romperá una vez que hayan cruzado.
Garm, el sabueso del infierno, finalmente logrará desatarse, y se unirá a los Gigantes en su marcha hacia Vigrid.
En Vigrid, un vasto campo de ciento veinte leguas circulares, se llena con los ejércitos del Mal.
Heimdall es el primer dios en llegar a la cita. Al ver a sus enemigos reunidos soplará su cuerno, Gjallarhorn, cuyo llamado se oirá en los Nueve Mundos.
Todos los dioses despertarán y se reunirán en consejo. Odín montará a Sleipnir, el caballo de seis patas, y volará como el viento a la morada del enano Mimer para consultarlo sobre el destino de los hombres.
Yggdrasil, el árbol del universo, temblará desde sus raíces hasta las hojas más altas.
432.000 Einherjer, es decir, humanos que han muerto bajo la espada, se vestirán de guerra y saldrán del Valhala a razón de escuadrones de 800 hombres por cada una de las 540 puertas del palacio celestial.
Odín cabalga al frente de su ejército de héroes, usando un brillante casco y blandiendo a Gungnir, su lanza forjada desde tiempos antiquísimos.
La batalla comienza.
Odín se arrojará contra el lobo Fenrir. A su derecha marcha Thor, el dios del trueno, ocupado en despedazar a las serpiente Jörmungandr. Freyr se enfrentará en combate singular con Surt, el comandante de los ejércitos del sur, y será el primer dios en caer, ya que, preocupado por la seguridad de su criado Skimir, le había entregado previamente su espada. El dios Tyr destrozará a Garm, el perro del infierno, pero será herido de tal modo que no sobrevivirá. Heimdall luchará con Loki, y ambos se matarán mutuamente. Thor quebrará en mil pedazos la cabeza de Jörmungandr con su martillo Mjölnir, pero la saliva ponzoñosa de la serpiente lo alcanzará cuando éste se aleje nueve pasos del descomunal cadáver, y morirá tras una agonía terrible. Odín y su lanza, Gungnir, cargarán contra Fenrir, pero será devorado por las fauces insaciables de la bestia. Vidar, hijo mudo de Odín, al ver la muerte de su padre, se arroja contra el lobo y aplasta su cabeza con sus botas de cuero, creadas con todas las sandalias de los héroes muertos a lo largo de la historia. Incapaz de abrir su quijada, la cabeza de Fenrir es perforada por la espada de Vidar.
Surt levanta fuegos oscuros a lo largo y ancho de Vigrid. Vapores fétidos e irrespirables descienden sobre los pocos dioses que quedan en pie. Todo el cielo está en llamas. Abajo, la tierra y el mar se encuentran en un abrazo letal.
Los héroes han muerto y los dioses han caido.
Pero no todo está perdido. El Bien y el Mal no son absolutos, y a menudo se confunden entre sí, rozándose o mezclándose de un modo que resulta desconcertante para el hombre. El Ragnarok ha concluido, pero la Batalla de las Batallas es apenas el preludio de un acontecimiento aún más grandioso: un renacer, si se quiere, un reordenamiento de todas las causas y los efectos.
El Ragnarok ha conluido, y con él nuestro artículo; de modo que nos retiramos, tristes y abatidos, de los campos ahora ensangrentados de Vagrid; pero con la promesa de retornar pronto para narrar esta segunda etapa casi desconocida que sucede tras el Ragnarok; un momento incierto, fugitivo, sobre el que la Profeta ha dicho muy poco, acaso porque su destino aún no ha sido escrito.
Después del Ragnarok, una bloque de tierra emergerá del mar. Sus campos conocerán una fertilidad nunca antes vista. El valle Idavöllr (el campo de las hazañas), que brillaba en el Asgard, la ciudad de los dioses, reaparece con un verde que lentamente devorará los ríos de sangre de incontables guerreros. Un retoño del sol, de brillo virginal, reaparecerá en el cielo dando comienzo a un nuevo ciclo en el universo.
Pero no sólo los retoños del pasado han perdurado. Un puñado de dioses también ha sobrevivido a la catástrofe. Vili, hermano de Odín, y los hijos de éste, Vali y Vidar. Los vástagos de Thor, Magni y Modi, heredarán a Mjölnir, el gran martillo del Señor del trueno. Balder y Hödr, quienes fenecieron antes del Ragnarok, volverán del inframundo y se reunirán en las ruinas del Valhala. Ya unidos en Idavöll, los sobrevivientes discutirán sobre cosas altas y sabias, compartirán sus conocimientos secretos, y hablarán de innumerables sucesos que aún no han ocurrido, y otros que permanecen vivos en el hedor de los cadáveres.
Nada se dice sobre las diosas, aunque Freyja y Frigg se intuyen en la calma con la que conversan sus camaradas.
De la raza humana sólo quedarán dos ejemplos, ocultos en lo profundo de Yggdrasil. Sus nombres son Lif (vida) y Lifthasir (el que desea la vida), y ambos se alimentarán del rocío dulce de la mañana, recordando oscuramente a los viejos dioses de antaño. Juntos comenzarán un nuevo culto, y Balder será su dios supremo.
De las viejas ciudades celestiales o los salones del submundo aún persisten algunos ecos. Al sur del antiguo Asgard existe una tierra secreta; un cielo virgen reservado para esta época de cambios: Andlang, y junto a éste, Vidblain; sitios que se mantuvieron firmes aún cuando Surt, el gigante, blandía sobre el universo su espada flamígera. Pero los dioses, acaso con un dejo de orgullo, desechan estos cielos y se ubican en el Gimlé; una construcción brillante cubierta de oro que resplandece sobre las nubes. Allí vivirán en paz, consultándose unos a otros sobre el reordenamiento del universo. Hablarán en los amplios pasillos del Brimir, en las estancias Ókólnir ("jamás frío"), bajo los dechos de Sindri y sobre las sombrías baldosas de Nidafjoll ("montañas oscuras").
Muy pronto los dioses reorganizan el antiguo ciclo natural, pero de un modo ligeramente diferente. Los infames que mueran en la Tierra irán al Náströnd ("playa de cadáveres"), ubicada en las raíces del mundo. El sol estará ausente en ese sitio de tristeza infinita, ya que su única abertura, una puerta de hierro colosal, se abrirá hacia el norte. Sobre sus muros habitan incontables serpientes con las cabezas vueltas hacia adentro, vigilantes, arrojando vahos y vapores pestilentes sobre los réprobos.
Pero los dioses han pensado un lugar aún más terrible, Hvergelmir, sitio donde los demonios que hayan sobrevivido al Ragnarok se encargarán de torturar a los muertos mediante la prolija succión de sus fluidos corporales.
Finalmente, la Tierra Media, el cálido y a veces hostil Midgard, será reestablecido como hogar de los descendientes de Lif y de Lifthrasir, quienes recordarán oscuramente su pasado y desconocerán por completo el futuro, creyendo que todo aquello es parte de un mito.
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