En la década de los 40’s comenzó a correr un rumor por todo Nueva Jersey y lugares circunvecinos. La curiosidad es algo que requiere atenderse de forma inmediata para muchos, así que poco a poco comenzó a llegar una buena cantidad de gente hasta el poblado de Trenton en búsqueda de un anciano llamado Alphonce Herpin. Este hombre, de oficio albañil, vivía en una pobre casa a las afueras del pueblo.
Los vecinos lo conocían muy bien y siempre habían sabido lo que le pasaba. Aquél hombre no dormía. Jamás había dormido. Y aunque esto se antoja increíble, don Alphonce jamás supo lo que era el sueño.
Por su casa comenzaron a desfilar los médicos deseosos de comprobar por sí mismos la veracidad de aquél insólito caso. Eso era algo realmente imposible. El ser humano no puede sobrevivir mucho tiempo sin dormir. El sueño es un alimento vital para el organismo, no solo para darle descanso al cuerpo, sino para alimentar la mente. Dormir equivale a comer, beber, respirar y no es posible prescindir de ello. Más los médicos comprobaron que don Alphonce era un caso excepcional. Se turnaron especialistas para vigilarlo, pero el anciano ni siquiera dió jamás una pestañeada. Es más, ni siquiera tenía cama, ni catre, ni colchón ni nada que se le pareciera. Tan solo tenía una mecedora, donde pasaba un tiempo de reposo, sin cerrar jamás los ojos. Después volvía a su trabajo, como si hubiera dormido el tiempo suficiente.
Los cientos de turistas que fueron atraídos por el caso, comenzaron a generar una buena derrama económica en la comunidad. Los habitantes del lugar hicieron su agosto alquilando albergues, abriendo fondas y tabernas, guiando a los visitantes y vendiéndoles souvenirs, que incluían frasquitos de tierra de ese poblado.
Al anciano los visitantes lo trataban con gran afecto. El hombre era muy noble y sencillo y jamás se opuso a que llegaran a su casa y a todas horas los visitantes, incluyendo, por supuesto las altas horas de la madrugada. Pero nadie jamás logró encontrar un fraude en la historia.
Todo terminó el 3 de enero de 1947. Don Alphonse tenía 94 años de edad, y aquél día y por primera vez aquél hombre cerró sus ojos y al fin se durmió para no despertar jamás. Nadie jamás ha podido explicar este caso.
Los vecinos lo conocían muy bien y siempre habían sabido lo que le pasaba. Aquél hombre no dormía. Jamás había dormido. Y aunque esto se antoja increíble, don Alphonce jamás supo lo que era el sueño.
Por su casa comenzaron a desfilar los médicos deseosos de comprobar por sí mismos la veracidad de aquél insólito caso. Eso era algo realmente imposible. El ser humano no puede sobrevivir mucho tiempo sin dormir. El sueño es un alimento vital para el organismo, no solo para darle descanso al cuerpo, sino para alimentar la mente. Dormir equivale a comer, beber, respirar y no es posible prescindir de ello. Más los médicos comprobaron que don Alphonce era un caso excepcional. Se turnaron especialistas para vigilarlo, pero el anciano ni siquiera dió jamás una pestañeada. Es más, ni siquiera tenía cama, ni catre, ni colchón ni nada que se le pareciera. Tan solo tenía una mecedora, donde pasaba un tiempo de reposo, sin cerrar jamás los ojos. Después volvía a su trabajo, como si hubiera dormido el tiempo suficiente.
Los cientos de turistas que fueron atraídos por el caso, comenzaron a generar una buena derrama económica en la comunidad. Los habitantes del lugar hicieron su agosto alquilando albergues, abriendo fondas y tabernas, guiando a los visitantes y vendiéndoles souvenirs, que incluían frasquitos de tierra de ese poblado.
Al anciano los visitantes lo trataban con gran afecto. El hombre era muy noble y sencillo y jamás se opuso a que llegaran a su casa y a todas horas los visitantes, incluyendo, por supuesto las altas horas de la madrugada. Pero nadie jamás logró encontrar un fraude en la historia.
Todo terminó el 3 de enero de 1947. Don Alphonse tenía 94 años de edad, y aquél día y por primera vez aquél hombre cerró sus ojos y al fin se durmió para no despertar jamás. Nadie jamás ha podido explicar este caso.
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