Los aceleradores de partículas son, básicamente, tubos vacíos muy largos rodeados de imanes. Los campos magnéticos producidos por los imanes confinan las partículas en el centro del tubo y las propulsan a lo largo de él, acelerándolas mientras lo recorren y manteniéndolas concentradas en un fino haz que, en los aceleradores más grandes, tan solo mide un milímetro de diámetro.
Los aceleradores de partículas tienen sus propios riesgos, como todo. Igual que ocurre con cualquier otra tecnología, existe el peligro de que alguna pieza de la maquinaria falle y el chorro de partículas que hay en su interior termine haciendo cosas que no debería hacer… Como pasar a través de la cabeza de uno de los operarios.
Esto es precisamente lo que le ocurrió a Anatoli Bugorski, un investigador que trabajaba en el Instituto de Física de Alta Energía en Protvino, antigua Unión Soviética, en el sincrotrón U-70, un anillo de unos 1.500 metros de perímetro a través del cual pasa un chorro de partículas con una energía de hasta 76 GeV.
Y el 13 de julio de 1978, un día como cualquier otro, su cabeza se interpuso en el camino de ese chorro de partículas. Bugorski no metió la cabeza en la máquina a propósito. El investigador, de 36 años, estaba comprobando un componente del acelerador que no funcionaba bien cuando uno de los mecanismos de seguridad que falló. Pero, al contrario de las situaciones a las que las películas de Hollywood nos tienen acostumbrados, el chorro de partículas no le dejó un agujero humeante de punta a punta del cráneo. Lo que Bugorski acababa de recibir era simplemente una dosis de radiación muy concentrada, de manera similar a las utilizadas en radioterapia para matar células cancerígenas, aunque con una energía 1.000 veces mayor.
"Un destello más brillante que mil soles"
El chorro de partículas pasó a través de su cabeza y, aunque no sintió ningún dolor, dijo ver “un destello más brillante que mil soles”. Tras el accidente, la parte izquierda de su cara se hinchó hasta quedar irreconocible y, durante las siguientes semanas, se le empezó a caer la piel que rodeaba la zona por donde el haz de partículas había entrado en su cabeza.Pero, pese a que había recibido una dosis de radiación muy superior a lo que se considera letal, Bugorski sobrevivió sin secuelas graves y pudo continuar ejerciendo su profesión, terminando incluso su doctorado a lo largo de los siguientes años. Eso sí, su vida sufrió varios cambios: perdió la audición en su oído izquierdo y sólo escuchaba un sonido interno molesto, se cansaba más rápido cuando realizaba esfuerzos intelectuales y de vez en cuando le pegaban ataques convulsivos. Su rostro recuperó volumen original, aunque sus nervios habían sido destruidos y la parte izquierda de su cara quedó paralizada. Pero, eh, un chorro de partículas había atravesado su cerebro casi a la velocidad de la luz y había sobrevivido.
En realidad, tampoco se sabe cómo de “sorprendente” porque no está tan claro cómo nos afecta exactamente una dosis de radiación tan alta y sobre una pequeña sección del cuerpo. De hecho, se cree que Bugorski tuvo “suerte” de que el haz de partículas atravesara su cerebro y no algún otro órgano vital, ya que nuestro cerebro tiene una gran capacidad regenerativa. Sea como sea, a sus 73 años, hoy en día Bugorski sigue vivo y coleando.
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