El trágico suceso del asesinato del Tomás Becket, motivado por el enfrentamiento entre el arzobispo y Enrique II de Inglaterra, tenía como telón de fondo la reforma eclesiástica que impulsó el papa Gregorio VII unas décadas antes y que provocaron un choque entre las ambiciones eclesiásticas y monacales.
Tomás Becket nació en Londres, en el año 1170, en el seno de una familia burguesa de procedencia Normanda.
Su padre, empleado oficial, puso su educación en manos de Richer de L'aigle, uno de sus amigos más ricos, que le enseñó buenas maneras y las artes de la caza y los combates en justas y torneos. A los diez años realizó sus primeros estudios de leyes civiles y canónicas en la abadía de los monjes de Merton, en Surrey.
Contaba 24 años cuando consiguió un puesto como ayudante de Teobaldo, Arzobispo de Canterbury quien a la vista de las cualidades excepcionales que su alumno tenía para el trabajo, le fue confiando poco a poco oficios más difíciles e importantes de diácono y lo encargó de la administración de los bienes del arzobispado.
Varias veces viajó a Roma a tratar asuntos importantes, consiguiendo que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y éste en acción de gracias por tan gran favor, lo nombró Canciller. Era el año 1154 y entonces Tomás Becket 36 años.
(Enrique II de Plantagenet en una miniatura de Mateo París en "Historia Anglorum"
Enrique de II Plantagenet, que acababa de ser coronado rey de Inglaterra, como Enrique II, tenía 21 años y un brillante porvenir ante sí. Casado con la duquesa Leonor de Aquitania, que le había reportado extensas procesiones en Francia, se había ganado el favor de toda la corte inglesa por su carácter osado y enérgico.
En Navidad de ese mismo año, el nuevo rey celebró una corte en Bermondsey. Fue allí donde se encontró por primera vez con el diácono Tomás Becket junto a Teobaldo, quien se apresuró a recomendarle al soberano que lo tomara como canciller, dada su eficacia como gestor. Enrique II aceptó de buen grado la propuesta.
Durante los siguientes diez años, Enrique II otorgó toda la confianza a su canciller, que se convirtió en el gran muñidor de su política. Becket organizó la corte, la rodeó de pompa y boato, restauró edificios, reorganizó el sistema de propiedad de la tierra y consiguió importantes ingresos. Por sus leales servicios recibió grandes honores y propiedades. Entre el rey y su ministro surgió una profunda amistad: el joven soberano era colérico y ambicioso, y Tomás seductor, alegre y generoso. Dos personalidades distintas pero complementarias.
(El monarca y el Arzobispo en una miniatura del siglo XIV)
En 1162, al quedar vacante el arzobispado de Canterbury, la sede primada de Inglaterra, Enrique II nombró para ese puesto a Becket. El Rey anhelaba controlar la propiedad de la Iglesia de Inglaterra y someter el clero a la Corona, y estaba seguro de que su amigo y canciller le ayudaría a lograrlo.
Sin embargo el rey se equivocaba, pues desde el mismo momento en que Tomás Becket, fue consagrado arzobispo en junio de 1162, abandonó por completo su vida de ostentación y lujo decidido a entregarse en cuerpo y alma a su nuevo cargo.
Se deshizo totalmente de sus riquezas repartiéndola entre los pobres y necesitados, a quienes lavaba diariamente los pies, cambió su lujoso ropaje por el hábito sencillo de los agustinos y se mortificaba con el silicio. Su casa estaba siempre abierta para los necesitados y no podía evitar el llorar cuando celebraba la Eucaristía. Por lo tanto el nuevo arzobispo no esta dispuesto a someterse a la voluntad del rey, y ser en sus manos una marioneta.
A finales de 1162, fue plenamente consciente de que no era compatible el servir a Dios y al rey, por lo que dimitió como canciller ante el enorme disgusto de Enrique II.
(Thomas Becket, a la derecha, se enfrenta el Rey Enrique II en un litigio)
Todo esto creó una enorme tensión entre los dos amigos, tensión que estalló en junio de 1163 cuando el arzobispo se negó a entregar al rey las rentas de la Iglesia. Enrique II fue contundente en su reacción, y en enero de 1164 promulgó las llamas Constituciones de Clarendon, por las cuales asentaba la suprema y total autoridad de la soberanía sobre la Iglesia, y suprimió todas las apelaciones a Roma. La mayoría de obispos y altos cargos eclesiásticos se doblegaron a las órdenes reales, Tomás Becket por el contrario, se negó a aceptarlas. Esto hizo que el rey ordenara su apresamiento, sin embargo el primado consiguió huir al continente en 1164.
(Tomás Becket en una imagen de El Libro de los Santos)
Los siguientes seis años fueron un continuo enfrentamiento entre los dos antiguos amigos, Becket estaba protegido en Francia por Luis VII, que en vano intentó en varias ocasiones una reconciliación, recurriendo hasta a la emperatriz Matilde, madre de Enrique II, y del papa Alejandro III. Como resultado de ello, Enrique y Tomás se encontraron en varias ocasiones en territorio francés, pero nunca llegaron dichos encuentros a buen término, pues el orgullo y tozudez de ambos lo hacían imposible.
En 1170 la tensión se incrementó peligrosamente por parte de Enrique II, pues decidió que su hijo, Enrique el Joven, fuera coronado rey de Inglaterra, encargando la ceremonia al arzobispo de York, Roger de Pont-I’Èvêque, antiguo enemigo de Becket, como primado de la Iglesia Inglesa. Como represalia, Tomás escribió a todos los obispos prohibiéndoles acudir a la coronación, que se celebró el 14 de junio en Westminster.
La Iglesia presionó fuertemente a soberano para que devolviese al arzobispo los bienes confiscados, hecho que acató y realizó tan sólo tres días después de la coronación del nuevo rey, prometiéndole además protección y seguridad si volvía a Inglaterra, comprometiéndose a que su hijo fuera nuevamente coronado por el arzobispo. Becket volvió entre las aclamaciones de la población que ansiaba su regreso.
Pero arriesgadamente, Tomás Becket, nada más regresar, tomó la resolución de excomulgar al arzobispo de York y a los obispos de Londres y Salisbury por haber participado en la coronación de Enrique el Joven, encendiendo de nuevo la cólera de Enrique II, que se encontraba en el continente, y que sintiéndose traicionado, hizo un llamamiento en la Navidad de 1170 incitando a que su honor ultrajado fuera vengado.
El llamamiento del rey fue inmediatamente tomado en cuenta por los caballeros Reginaldo Fitzurse, Guillermo de Trazy, Hugo de Moreville y Ricardo el Bretón, caballeros anglonormandos que de inmediato zarparon hacia Inglaterra, llegando a Canterbury el 29 de diciembre.
Los cuatro caballeros se presentaron primero en el palacio del arzobispo, cuando éste había terminado de comer, acompañado por sus clérigos de confianza.
Avisado por su sirviente de la llegada de los enviados del rey, los invita a pasar y éstos lo conminan a que se retracte de sus actos y se someta a juicio del rey, a lo que el arzobispo se niega rotundamente. Los caballeros salen al patio y se ponen sus armaduras, dirigiéndose Becket a la catedral para participar en el oficio de vísperas. Los caballeros lo siguen y lo atacan entre las capillas de Santa María y San benito, donde es rodeado y brutalmente atacado con las espadas. Le asestaron varios tajos hasta casi decapitarlo. El arzobispo no opuso resistencia, exclamando en el momento en que iba a ser rematado: “Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica”.
Cuentan los cronistas que Enrique II, enterado de las intenciones de sus caballeros intento evitar el asesinato enviando a su senescal Richard Hommet, tras ellos, pero no logró llegar a tiempo. Cuando días después el soberano tuvo noticia del crimen, se mostró muy abatido, recluyéndose y negándose a recibir a nadie.
La Cristiandad se conmovió horrorizada ante el salvaje asesinato. Luis VII de Francia clamó la venganza de Dios y el papa Alejandro III excomulgó al rey de Inglaterra y a los viles asesinos.
Pero el rey negó totalmente cualquier implicación den los hecho mediante cartas y embajadas, llegando incluso, en mayo de 1172 a realizar en Avranches una ceremonia de expiación, jurando solemnemente delante del clero y del pueblo que no había tenido nada que ver en la muerte de Becket. Se sometió a flagelación pública y renunció a sus pretensiones de supremacía sobre la Iglesia.
Tres años más tarde, y debido a la fama y prestigio que de mártir adquirió Tomás Becket, fue canonizado por el papa en junio de 1174.
(Tomás Becket entronizado, en un óleo de G. de Santacroce- Siglo XII)
Enrique II rezó ese mismo mes ante la tumba del nuevo santo, al que en los años posteriores le serían atribuidos numerosos milagros.
Su sepulcro, en la catedral de Canterbury fue el principal centro de peregrinación durante la edad Media.
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