La mayoría de las veces las leyendas populares o la mitología pueden tener una base real, este es el caso del mítico gigante de un solo ojo, la figura del Cíclope, aparece en mitos de todo el mundo. Pero un hombre que vivía en Mississippi, en una comunidad del interior, tal vez haya sido el primer ser humano verdaderamente con un solo ojo. Su única cuenca, completamente normal en todos los sentidos, se hallaba localizada en el centro de la frente, según el Boston Medical Journal. Durante años los promotores de espectáculos y circenses persiguieron al hombre, pero éste se negó en redondo a convertirse en un espectáculo público.
Foto Ilustrativa
Naturalmente, el hombre de Mississippi no es la única persona en el mundo que haya sufrido de semejante anómala situación de los ojos. Por ejemplo, hubo un inglés con cuatro ojos, que podía cada uno de ellos de manera independiente, y mirar en cuatro direcciones a la vez.
La gente con piel azul constituye algo raro en la Naturaleza, pero, en la mayoría de los casos, esto se puede explicar biológicamente. Por ejemplo, algunos nativos de los Ozarks, presentan tinte de color azul pastel debido a anomalías genéticas causadas por décadas de casamientos entre consanguíneos. Algunas enfermedades conocidas pueden también originar una decoloración azulada de la piel. pero en los Andes chilenos, se descubrió un grupo de auténticas personas de piel azul, a una altura de 7.500m., más elevada de aquella a la que se creía que los seres humanos eran capaces de sobrevivir durante períodos prolongados.
John West, montañero y fisiólogo en la Universidad de California, en la Facultad de Medicina de San Diego, descubrió al pequeño grupo de mineros cuya piel, de manera evidente se había vuelto azul para adaptarse a la carencia de oxígeno a casi 6000 m. por encima del nivel del mar. Al parecer, los mineros producían grandes cantidades de hemoglobina, el pigmento de los glóbulos rojos que acarrea el oxígeno. El exceso de hemoglobina, que aparecía a través de la piel, les confería su tono azulado. Los hombres, probablemente, habían aumentado la profundidad y el ritmo de su respiración. Y dado que habían nacido y se habían criado a altitudes elevadas, ya tenían una ventaja de partida en su adaptación.
Como es natural, los sacerdotes tibetanos también pasan mucho tiempo a unas altitudes igualmente elevadas, pero los mineros de los Andes lo hacen mientras realizan un trabajo agotador.
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