Hace tanto como unos 2,600 años en el pasado – alrededor del 630 a.C. – la isla griega de Thera (actual Santorini) fue alcanzada por una prolongada sequía y una preocupante sobrepoblación. Según la leyenda, algunos individuos fueron elegidos para formar un grupo que se trasladaría hacia el sur con el fin de levantar una colonia en climas menos inhóspitos.
Hombres y mujeres valientes se hicieron a la mar, y este grupo de griegos emprendedores eventualmente terminaron por quedarse en la ciudad de Cirene en el extremo norte del continente Africano. Allí, los colonos descubrieron una planta autóctona que proveería a ellos y a sus descendentes fantásticas riquezas.
La hierba en cuestión se convirtió en un producto tan importante para la economía cirenense que su imagen fue estampada en muchas monedas de oro y plata que se acuñaban en la ciudad. Las imágenes frecuentemente presentaban una dama regia sentada sobre una silla, con una mano en la planta y otra sobre sus genitales. La planta fue conocida como silfio o laserpicio, y sus frutos en forma de corazón, supuestamente, le dieron al mundo antiguo una libertad por demás anhelada: la de disfrutar de relaciones sexuales con escaso riesgo de embarazo… y en caso de fallas, también funcionaba como abortivo.
Las plantas de silfio eran hinojos enormes que abundaban en las laderas secas por toda la costa mediterránea, nadie las sembraba, eran totalmente silvestres. No pasó mucho tiempo para que los Cireneos descubrieran su alto valor como una fuente alimenticia. La carne del vegetal llegó a ser muy apreciada como una deliciosa guarnición para una amplia variedad de platillos, mientras esencias y perfumes agradables se obtenían de sus flores amarillas. Al paso del tiempo más y más propiedades se le fueron atribuyendo al laserpicio. Por ejemplo, la resina que se extraía del tallo era empleada para tratar la tos, el dolor de garganta, la indigestión, la fiebre, las mordeduras de serpiente, la epilepsia, las verrugas y como un caballo de batalla para otras enfermedades desagradables. Pero de todas esas virtudes mágicas de la planta, sin duda, la más apreciada era la de la prevención del embarazo.
Cuando la noticia de las propiedades anticonceptivas comenzó a propagarse por el mundo antiguo, Europa, África y Asia se convirtieron en un mercado con amplia demanda por el versátil hinojo. Sus semillas se utilizaron ampliamente por los estados más prominentes del mundo, incluidos los ciudadanos de la antigua Grecia, Egipto, Roma e India. Según algunos informes, la semilla del silfio también funcionaba como un potente afrodisíaco, una propiedad que complicaba considerablemente su valor original percibido.
El famoso bardo romano Gayo Valerio Catulo hizo alusión a las propiedades sexuales de la planta en uno de sus poemas, donde declaró que compartiría con su amante tantos besos como granos de arena en las costas del silfio de Cirene. Más específicamente: “Podemos hacer el amor siempre que tengamos silfio”.
Pese al obstinado esfuerzo de los Cireneos y a su probable competencia, la industria silvestre del silfio resistió la expansión. Los hombres trabajaron hasta el cansancio para diseminar la planta, pero el irascible laserpicio burló todos los esfuerzos de su cultivo. De otra forma que no fuera silvestre y a lo largo de la costa del mar Mediterráneo, la planta simplemente se negó a brotar. Aunque esta escasez orilló a que se establecieran reglas para evitar la sobreexplotación, la limitación natural sirvió para mantener el preciado valor de la hierba. Ocasionalmente, los contrabandistas de silfio invadían la cadena de suministro, pero con excepción de estas ocasiones la realeza de Cirene mantenía un agradable y amplio monopolio en los anticonceptivos de la antigua civilización.
Durante siglos, Cirene explotó la generosidad del laserpicio. Las semillas de esta milagrosa hierba explotaron en una demanda tan alta que finalmente alcanzaron el valor de su peso en plata. El gobierno romano percibió este producto como algo tan importante que almacenó una reserva de la hierba en el tesoro oficial. Casi todas las monedas de plata y oro acuñadas en Cirene tenían estampada la imagen del silfio, o una sola semilla en forma de corazón. Algunos historiadores creen que este antiguo símbolo que invitaba a hacer el amor sin límites fue el precursor del moderno símbolo del corazón cuyo significado es “Te Amo”.
A diferencia de muchas otras hierbas de su tiempo, el silfio no era considerado como un mero remedio popular. Los médicos y eruditos de la época elogiaron sin limitaciones la efectividad anticonceptiva de la planta. El ginecólogo más famoso de la Antigua Roma – un médico llamado Sorano de Éfeso – escribió que las mujeres debían beber el extracto de silfio con agua una vez al mes, ya que “no solo impide un embarazo, sino que también destruye cualquier cosa existente”. Alternativamente, un trozo de lana empapado en el extracto de la planta e introducido en la vagina, a manera de tampón. Durante la época de oro del laserpicio, la tasa de natalidad por toda Roma disminuyó considerablemente pese a que aumentó la expectativa de vida, la comida era abundante y, relativamente hablando, hubo pocos eventos bélicos o de epidemia, hechos que son interpretados por algunos historiadores como una evidencia de la efectividad de la planta.
Desgraciadamente, quizá la ciencia moderna nunca puede determinar si el extracto de silfio en realidad era un método efectivo de control de natalidad, ni mucho menos medir la eficacia del laserpicio como medicina. Hacia finales del siglo I d.C., tras un descenso de cinco décadas en el número de plantas de silfio, el historiador romano Plinio el Viejo escribió sobre la total y lamentable extinción de la planta. El último tallo restante de laserpicio fue cortado y enviado al emperador Nerón como una mera “curiosidad”, y así terminaban miles de años de evolución y 600 años de control de natalidad confiable.
La causa precisa de la desaparición de la planta es incierta, sin embargo, la teoría más lógica y aceptada es que la sobreexplotación del producto silvestre junto con el pastoreo de ganado provocaron que la población de silfio disminuyera a niveles en los que fue imposible recuperarse. Esta decadencia pudo haber tenido sus inicios alrededor del 74 a.C. cuando la zona fue absorbida por una provincia senatorial romana. Este radical cambio dio el control de la cosecha y comercialización del laserpicio a una serie de gobernantes que ostentaban el cargo solamente un año, y que se veían motivados en gran medida por los beneficios inmediatos. También es plausible que la desertificación natural de la región haya contribuido a la disminución del hábitat de la planta. Como una explicación alternativa, algunos botánicos sugieren que el antiguo hinojo gigante en realidad nunca desapareció, y que la actual Ferula tingitana es la misma planta; aunque esta explicación es poco probable ya que la tingitana ha crecido en muchos lugares donde el laserpicio no pudo germinar.
La ciencia ha tenido el acierto de examinar muchos de los anticonceptivos a base de hierbas que se emplearon en tiempos posteriores al silfio, como la Daucus carota y el poleo. Ambas plantas demostraron cierto éxito en la prevención o interrupción del embarazo en ratas. Algunos familiares del silfio también fueron sometidos al escrutinio científico moderno, como la Ferula assafoetida, indicando un potencial de entre el 40 y 50% y la Ferula jaeschkeana, que resultó en niveles cercanos al 100% cuando se administra dentro de los tres días posteriores a la relación.
La erradicación del silfio se considera como uno de los primeros errores ambientales de la humanidad. Si el laserpicio era más eficaz que las alternativas en el control de la natalidad de la época, entonces sin duda se merece su brillante reputación. La evidencia sugiere que el mundo natural le permitió a la mujer de la antigüedad controlar su vida reproductiva sin la necesidad de abstinencia. Pero a medida que la humanidad se acostumbró a los beneficios de este bien escaso, finalmente terminó cayendo en la codicia y la ceguera, sobrecargando un recurso renovable hasta que fue irremediablemente erradicado.
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